Ensalza y promueve el déspota la pereza del súbdito

que luce de gallina tolerante sin cresta para la ironía,

desgastadas ya las comillas, de no saber ni querer ya ahora

el nombre recto de las cosas, sino insulina en tropos y siglas sin alma.

En la archidiócesis del desatino, parto de eunucos

de tornillería y piel distraída, que al galleo de su masoquismo

llaman libertad, donde sus mayores escabecharan a los mamelucos.

Exangües prometeos que solo buscán de mártir el disfraz,

la inmunidad frente al arrojo, la usurpación del padecer,

la voz pasiva y desarmada que reverbera eterna en su urna de cristal.

Todo sea por la catarsis, la ovación siempre póstuma,

el afecto infecto de condolencia, el réquiem por las sinapsis,

la compasión bastarda, el enfásis de protocolo y fórmula.

Mas entre los pliegues de tanto artificio habita aún lo crudo

que por viejo y cien veces cornudo no admite delirio ni vértigo alguno,

se sabe uno, en singular andanza a la descubierta de su Barataria,

con su colección de vistosos achaques y anécdotas veterotestamentarias.

De tanto en tanto, hace un alto truculento de vino y queso, inspira,

bendice el viento y recoge las sobras de su aliento.