El nómada de sí no tiene alacena donde hacer acopio

de los herrumbrosos adverbios, dorsales de la moral atropellada,

ni espejo que le eche un órdago a sus presunciones y

le dé bronce a su abrasadora soledad.

Su única logística bien trabada, la de la ginebra y el aguardiente.

Pirólogo de las diagonales de la logia de la serpiente

que dispensa al errante la gasolina estupefaciente.

De trecho en trecho, de tanto en tanto, un hálito de brisa,

un amago de cordura, un sentarse en un risco y estar ahí,

abortado por el pronto trago que le devuelve al vinagre y la prisa.

Hace ya que se le coaguló el alma muchos viajes,

del románico al gótico flamígero se había ya agostado su sonrisa;

de Hércules a Filoctetes, perdido hubo el donaire y el fuselaje.

No lo sabe, pero hoy cabalga dormido a grupa de un tren nocturno,

en un vagón de ganado gélido y desvencijado, con más coces que su rostro,

al galope crepuscular, en la playa bajo el acantilado de su infancia,

perdida en el olvido también mañana, cuando despierte en Saturno.

Mientras tanto, el vidrio amargo rueda de aquí a allá por el piso,

ensuciando el traqueteo lúgubre del furgón, que rasga, triste, la estepa.