Apenas el ciego otea con fulgor cristalino el arrullo del céfiro
adivino el trazo firme de su pensamiento claro y sereno,
a la vez que el tullido limosnea apremiante junto al pórtico
su quebranto resentido, rumiando rémoras sin concierto.
Apenas el ciego otea con fulgor cristalino el arrullo del céfiro
adivino el trazo firme de su pensamiento claro y sereno,
a la vez que el tullido limosnea apremiante junto al pórtico
su quebranto resentido, rumiando rémoras sin concierto.